sábado, 11 de febrero de 2017

PÁJARITO HERIDO

Se me enredan las palabrejas mientras te cuento el cuento. Vamos cuesta abajo, te paseo al tuntun en mis brazos de mamá tigresa, de maestra inglesa.
Te frotas la nariz-¡chis!- en mi bata como gata, oles el perfume de jazmín con que mojé la seda en la mañana, parpadeas como chispeando.
Empezó a la mañana, mientras te esperaba en la casa melaza, bailando con las sombras. Escribí cartas, las rompí, recombiné las letras y formé un llamado espiralado a tu presencia.
Pronuncié las oraciones con la suma seriedad requerida y apareciste volando, sorpresiva. Pero amablemente esperaste a que abriera la ventana para pasar, no hiciste despioles.
Ora sí: cuando me tuviste debajo, me metiste adentro de tu pollera escollera y ahí rondé un rato manso hasta que el ahogo bobo me sacó de un tirón.
Después enfermaste, tonta manía tuya, y acá estamos. Te llevo pájarito herido hasta el hospital, cruzando el monte.
Por la cumbre anuncia la luna su sexo lácteo, yo te miro a los ojos y enseguida al camino por no tropezarnos. Me pregunto por qué no nos llevas volando, pero entiendo que el estornudo es tan fuerte y recurrente que podríamos morir.
Nos imagino cayendo a toda prisa hasta estrellarnos en las piedras de abajito, siento vértigo y un cosquilleo similar al que se siente cuando.
Y ay. Qué rico.
Se me antoja estrellarme contigo contra las piedras.  
Pero entonces estornudas de nuevo.  
Tu vida de pronto es un fino hilo entre mis manos toscas y enderezo la espalda como un emperador y avanzo el paso para curarte la enfermada y poder irme a volar con vos.
Volar juntos hasta que el naranja violento del alba nos remita a la cama donde nos estrellaremos, pero con tamaña buena suerte que el mediodía impía nos bostezará la despertada y cantaremos juntos mientras te enjuago las alas.






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