LA
CUESTIÓN ES PASAR EL TIEMPO:
1960
DOS FILMS
LATINOAMERICANOS SOBRE LA JUVENTUD
“La cuestión es pasar el tiempo, ¿No?”
Vickie en “La terraza”
“Last year I
was twenty one
I didn't have
a lot of fun
And now I'm
gonna be twenty two
I say oh my
and a boo-hoo
It's 1969 OK
all across the USA
It's another
year for me and you
Another year
with nothing to do
Another year
with nothing to do”
“1969”, Iggy Pop and The Stooges
Los films “La terraza” y “Los Caifanes”[1],
además de ser latinoamericanos, comparten la misma década de producción, la
misma franja etaria en sus personajes, un posible retrato de la clase alta
urbana y el desarrollo de la línea principal de la historia en una noche.
Parece que la juventud, protagonista en
ambos films, debe ser retratada en la duración de una noche: una noche cálida
que permita estar hasta tarde en la pileta o pasear sin restricciones por la
ciudad.
La noche.
La noche que demanda aventura, alguna
locura para abolir el tiempo y gozar intensamente, como dicta el mandato juvenil.
La noche que apura y libera y que muere
lo suficientemente tarde como para haber olvidado al mundo entero en su
transcurso (como dice uno de los caifanes para inaugurar la aventura: “La noche
es larga, Caifanes”).
En ambos films, noche mediante, lo que
prima es un gesto de rebeldía, una búsqueda de peligro para quebrar el tedio
cotidiano, aunque de modos bastante distintos.
En la película de Torre Nilsson la juventud
es de una clase acomodada; de familias bien de Buenos Aires con estancias a su
haber y futuros “formidables”; que decide en un afán caprichoso apoderarse de
la terraza del edificio de los padres y permanecer allí todo lo que
su deseo dicte. Esta rebeldía vana de aparente libertad (con la paradoja de
estar en un edificio, aislados de la ciudad, en la cima) se celebra con jazz
(no podía ser menos), escarceos sexuales, alcohol y cigarrillos.
En el film mexicano la cuestión es
distinta. Se trata de una pareja clase alta que, a partir del aburrimiento de
la chica y sus ganas de tomar riesgos, terminan intimando en un auto ajeno. Allí son sorprendidos por el dueño, Capitán Gato, que junto a su pandilla de
caifanes (unos muchachos clase baja noctámbulos) los invitan a pasar la velada
con ellos. En este caso la rebeldía es a costa del delito, del roce con el peligro de
la urbe, que es moneda corriente para los que poco tienen que perder y novedad
para los que que participan sólo por esta noche, los empoderados. La banda
sonora por otra parte es más autóctona y hay rancheras, boleros y hasta un tango
“de la época de oro de don Carlos Gardel”.
En las dos películas; gran tema de la
juventud, gran tema de la noche; se juega la carga erótica, el deseo furioso.
En LC
aparece a partir de las miradas. Miradas a través de espejo retrovisor, de
refilón, desde el costado, miradas compartidas a las piernas de Paloma que
asoman bajo la falda del vestido y en la complicidad de la banda frente al
novio celoso (cuya relación con la chica es material para todo un análisis de género). Miradas que llevan luego a un roce de manos y a un breve romance entre
el Estilos y la muchacha.
En LT
por otro lado, la seducción está presente todo el tiempo: chicos y chicas
esbeltos en malla, permanentemente entre
bailes, miradas y chistes.
En un momento juegan a “la balsa”, en donde
cada une de los personajes elige con quién se queda desechando al resto y
arrojándolos a la pileta, no sin antes declarar las razones por las cuáles
pierden la candidatura. Aquí se empiezan a armar las parejas y además, hallazgo
para la época, hay una salida del closet (algo hostigada por otro lado) de uno
de los personajes.
Otra parte cargada de erotismo es la que se
da entre Alberto y Claudia durante la noche, cuando ella tiene frío y él la
calienta respirándole cerca y luego le saca, debajo de una toalla, la malla
mojada.
En ambos films también está presente la
contracara de lo erótico, el filo, el último peligro. La muerte.
En LT
es la amenaza del suicidio con la que mantienen alejados a los adultos
impidiéndoles interrumpir la fiesta, es el cuerpo joven que oscila en la noche, tentando a caer a la realidad del concreto y del mundo. También es el intento de homicidio de
Belita cuando Rodolfo, el violento personaje que interpreta Leonardo Favio, la
arroja como última acción frente al fin inevitable de la rebelión. Es Belita,
la niña de los mandados, la niña que sueña con poner un kiosco, la que termina
pagando los platos rotos con su pierna.
En LC la parca aparece en los refucilos de la violencia de la noche: la pelea a punta de puñal en el
cabaret del Géminis, el papa noel ebrio que interpreta Monsiváis al que le
destrozan el traje por puro juego sádico, el automóvil desacatado de velocidad
huyendo de la policía con alcohol circulando, la aparente asfixia que finge el
Azteca cuando aburridos juegan a los muertos en el cementerio encerrándose en ataúdes.
Y también aparece encarnizada en una prostituta vieja y huesuda, muy
maquillada, a la que la llevan de paseo en un coche fúnebre, burlándose una vez más de la muerte.
Ambos juegos de rebeldía culminan con el
día: en LT, luego de que Rodolfo
tire a Belita, todo vuelve a su status quo y, elipsis de por medio, en la
pileta vacía juegan con las hojas otoñales los hijos de trabajadores. Belita
con su muleta y su amigo del teatro.
En LC,
la pareja ya peleada es llevada por los caifanes a través del mundo popular, que de día
pierde brillo y se muestra como es: pobretón y trabajador, cargado de gente que
viene y va buscándose la vida.
La pareja se baja, se alejan y el viaje de
descubrimiento de Paloma queda hasta el momento en un pequeño coqueteo por el
tentador mundo de las clases bajas, por sus vecindades desconocidas, por su
dialecto y su compadrería. Queda en un caballito que le regaló el Estilos. Eso
sí, hay una decisión: vuelve en su taxi sola, dejando a su novio en la calle.
Queda la noche, los momentos que se alcanzaron
en la lucha contra el aburrimiento, los besos y las risas ahora atravesadas por
el día que demanda rutina nuevamente, por el tiempo que avanza y pide más.
Quedan los goces contrastados: el ocio y la
quietud aristocrática de los jóvenes de LT,
tirados en la pileta, rozándose los pies, al sol (algunas reminiscencias pueden
sentirse en “La Ciénaga”), que por tener todo sienten que no tienen nada. En el
otro extremo la road movie citadina, el movimiento permanente de LC, el movimiento de los nadies, de los
desposeídos que exprimen la noche en aventuras. Aventuras vanas pero aventuras,
sacudones a la vida que les corre por los cuerpos -esos cuerpos que es de lo
poquito que poseen-, antes de devolverlos.
Un sacudón al tiempo que es en suma el gran
problema para ambas películas: qué hacer en la noche, qué hacer con la noche,
qué hacer con el tiempo de la juventud, con las ganas y el mandato del goce.
Aquí calza el lema punk de “Viví rápido y morí joven”, la aventura
autodestructiva de consumirse rápido y sin concesiones con la sociedad. Contrarrestar ese tirón largo que es la vida de la civilización urbana que Tom
Lupo sintetizó en “Semen / cemento / cementerio”.
En suma, la noche pasa y la cuestión es
atravesarla de algún modo: henchidos de vida y faltos de futuro como los
caifanes o seguros y aturdidos del aburrimiento como los chicos bien de México
o Argentina.
En suma, como decía Baudelaire: “Para no
ser los esclavos martirizados del Tiempo, / ¡embriáguense, embriáguense sin
cesar! / De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca.”
“La Terraza” y “Los Caifanes” están disponibles en
youtube.
“Los Caifanes” también está disponible en el catálogo
de Netflix.
Texto originalmente publicado en la Revista Pulsión N2 "Militar el cine"
Texto originalmente publicado en la Revista Pulsión N2 "Militar el cine"
[1] “La terraza” (1963)
Leopoldo Torre Nilsson, Beatriz Guido.
“Los
Caifanes” (1967) Juan Ibañez, Carlos Fuentes.