viernes, 27 de marzo de 2020

RETRATO DE OLMEDO Y TITA


Son 2 pendejos
2 pendejas
ahí conversando
acodadas al balcón como a la proa de un barco
bajo la noche ardida de la lagartona
quiero decir, Guayaquil
una es una Oscar Wilde aindiada
lleva en su melena atada un aire gitano
y lo lleva también en las manos
y en la forma en que fuma
sacandole filo al fuego como una diosa rabiosa
elegante
es un poeta tremebundo
y aunque lo sabe no lo ofende
su lucidez a cuestas
el otro es un vándalo bondadoso
un mick jagger de aguacate y piña
un enfant terrible sin huevadas
rebelde con causa y maña
su conversa le hace dar vueltas al mundo
frasea sobre la ciudad y es también poeta
en la boca lleva un fuego juguetón
y en la sonrisa un cielo
entre triste y enamorado
en esa dirección
correcta
los 2 se están ahora de espaldas a mí
las veo conversar
agitar sus 20 años en la parla mágica
sobre esta ciudad también mágica
escribo
para que lo sepan
es decir
porque las quiero
y además son 2 pendejas fabulosas
y son el fuego.



-Guayaquil, enero 2020-

martes, 17 de marzo de 2020


LA SONÁMBULA QUE ARDE
KANTOR / ARBUS

¡No es grato morir, señor, si en la vida nada se deja y si en la muerte nada es posible,
sino sobre lo que se deja en la vida!
¡No es grato morir, señor, si en la vida nada se deja y si en la muerte nada es posible,
sino sobre lo que se deja en la vida!
¡No es grato morir, señor, si en la vida nada se deja y si en la muerte nada es posible,
sino sobre lo que pudo dejarse en la vida!
César Vallejo, LAS VENTANAS SE HAN ESTREMECIDO…

La novia muerta de Wielopole Wielopole de Tadeusz Kantor y la tragaespadas albina de Diane Arbus. Dos figuras que cuando actúo relampaguean en mí con una fuerza indomable.
Un mismo gesto de entrega, de ofrendar el cuerpo.
El rostro hacia atrás, los brazos expandidos como alcanzando algo o saludando (refucilos de Evita, de Juana de Arco). El pecho abierto, amplio, los hombros atrás como si estuvieran estaqueados contra la tierra dura.
Dos cuerpos atravesados por un rayo, perdidos del devenir del tiempo por una herida abierta, ardiente.
Una lleva la espada en la boca, la otra en el pecho, en el corazón, cruzándole el esternón. Las dos son llevadas. Una por el sable, por su filo penetrándole la garganta, la otra por su hombre de la que va colgada como una horca inútil.
Un estado de rapto, de desborde de la voluntad, de éxtasis de pena.
Los ojos de la novia muerta están en otra parte, arrebatados por un viento del recuerdo. Los pechos de la tragaespadas están plenos, erguidos guerreros contra la blusa blanca.
Ambas cargan un halo sonámbulo, un medio tiempo entre la autómata y la bruja.
La que trae otro mundo y lo vuelve presente en su letargo de despedida.
Porque de algún modo las dos dicen “adiós”.


Texto publicado originalmente en la revista El ojo y la navaja N4, 2020