sábado, 18 de febrero de 2017

LA CADENCIA DEL RECUERDO (ADELANTO)


“Y si los gusanos e insectos todo el día corren y vuelan buscando comida,
 nosotros, sin un momento de descanso, sin cesar, 
estamos en busca de forma y de expresión, 
batallamos con otros hombres por el estilo, por  el modo de ser nuestro y, 
viajando en un tranvía, comiendo, divirtiéndonos o descansando o haciendo negocios,
 siempre y sin cesar buscamos la forma y nos deleitamos con ella, 
o sufrimos por ella, o nos adaptamos a ella, 
la rompemos y violamos, o nos dejamos violar por ella, 
amén.”

Ferdydurke Witold Gombrowicz

En las obras de Carolina Donnantuoni; actriz, docente, dramaturga y directora platense; lo liminal destella desde varios sitios a la vez. El centro siempre está corrido de lugar, varias sombras se disputan el trayecto de la trama.
Los cuerpos se embarcan en una aventura rítmica donde las fronteras del Yo con su carga de suposiciones (edad, sexo, género, orientación sexual) quedan barridas por la fuerza de deseo que los disputan en un movimiento febril, laborioso, desbordado.
A partir de dos obras suyas, Canción cantada coda y Ágrafos, intentaré acorralar algunas imágenes para intentar lo imposible: transcribir desde una impresión teatral una impresión literaria.

CANCIÓN CANTADA CODA 

“(...) no probó bocado y no podía consolarse;
algo le murmuraba y canturreaba, algo se le nostalgiaba, algo anhelaba y ansiaba,
algo sumergía en la neblina, con no sé sabe que peleaba, gruñía,
 no se sabía qué leyes desarrollaba (...)”
Ferdydurke Witold Gombrowicz

“¡Silla! ¡Silla! ¡Silla!”
Constanza en Canción Cantada Coda

En una entrevista, Carolina dice que se siente más cómoda con la posición de artesana que con la posición de artista, compara el trabajo de entrenamiento y ensayos con el taller del artista plástico: un barroquismo de materiales que se ponen en circulación para luego cortar, pulir, definir.
En el caso de Canción cantada coda, creación colectiva con Ayelén Dias Correia y Constanza Mosetti, se trata del rearmado de una obra que habían hecho previamente, titulada Canción cantada.
A partir de lo que las actrices y la directora recuerdan de la obra, de lo que lxs amigxs que la vieron recuerdan y desean que persista, se reensambla esta ”coda”.
Desde el primer momento en que uno ingresa a la sala, la obra ya corre en un vértigo irrefrenable: un tango que arrastra al presente hacia un pasado remoto y febril suena y no deja de sonar, Constanza va de un lado para el otro golpeando unas lámparas cenitales que en su recorrido torpe iluminan distintos fragmentos del espacio y Ayelén dice y dice y dice un mismo texto sobre un encuentro pasado, al lado de una silla que tensa su cuerpo. Se sienta, se arroja desde la silla al suelo y cae de un modo intraducible, se levanta y vuelve a comenzar.
Las dos actrices visten ropas de entrecama, de lencería tanguera, con portaligas blancas y zapatos negros. Son dos actrices enormes, majestuosas, fuertes. Dos mujeres aguerridas de deseo que en su propia corporalidad cargan con una disidencia del discurso hegemónico de los cuerpos “bellos” en el teatro y la danza.
Entre estas dos mujeres se dirime la obra. Una obra que en lugar de seguir un recorrido lineal y progresivo no deja de tropezar sobre lo dicho, no deja de curiosear sobre lo hecho. Un bumerán constante donde el deseo tensa y devuelve al cuerpo al pasado, a repetir el pasado como en una maldición griega.
En un naufragio rojo, de desencuentros y encuentros, estos cuerpos se apropian del espacio todo, se extreman, se fatigan. Y vuelven y vuelven y vuelven, aunque algo se mueve distinto, lo que estaba en el principio de pronto está en el medio. La caída que parecía ser la misma es otra, el texto resuena por otro lado y abre una luz distinta.
En este refriegue insistente sobre lo mismo lo mismo lo mismo la palabra se va disolviendo, se va descascarando, quedando burda. Y los cuerpos que de a momentos parecieran pesados, demasiado carnales, simultáneamente se elevan en el movimiento y la quietud con una gracia infantil.
Palabra y tiempo son corroídos en la insistencia de lo vivo, de lo que no permanece impávido, de los cuerpos presentes en la escena restregando un mismo texto y una misma serie de acciones como a una bombacha manchada.
Esos cuerpos que desacomodan constantemente los lugares gestuales de lo “femenino” y lo “masculino”, en su exceso constante, son disidencia. Algo en su pulso febril nos devuelve esa idea de Artaud de que en el teatro se conoce la potencia de lo vivo, la potencia de la “verdadera vida” rimbaudiana. Y en ese exceso se desmarcan de lo predecible y por ende de la categoría, de la etiqueta.
(...)


ÁGRAFOS

“porque ya sucedió,
y por lo tanto continuará sucediendo,
aunque se olvide.”
Y todavía la rueda Olga Orozco

“Esto no se termina más. Cuando una puerta se cierra se abre la otra.”
Ágrafos

Ágrafos es una obra bifaz, tiene lado A y lado B, y aunque ambos lados tienen puntos de encuentro son independientes entre sí.
En estas puestas lo que rige es una lógica de caja musical descompuesta. La obra utiliza un espacio atípico, en lugar de usar el escenario, la sala, usa el espacio previo: dos escaleras, una puerta al fondo, una pared divisoria, un baño, una pendiente. En este lugar despojado, asimétrico, los personajes surgen como figurines de una postal diabólica.
La escasa capacidad del espacio obliga a que los espectadores seamos pocos y quedamos muy expuestos, igualados casi a la presencia actoral. Hay momentos de mucha cercanía con los figurines, cercanía que despierta el susto o su sustituto social, la risa.
Así como el tango Danzarín iba y volvía en CCC, en A hay una canción que suena triturada, oxidada, (Loving you de Minnie Riperton) y un relato trizado como un espejo destrozado a golpes en donde se cruzan una abuela, un bosque  y una pregunta que insiste: “¿Le diste de comer a los perros?
Los cuerpos son tres, dos actrices y un actor. Pero lo que corre encima de estos cuerpos, los que ellos portan, pareciera de a momentos ser una misma presencia.
Hay un vestido viejo que va apareciendo en distintos cuerpos, una serie de velas colocadas por todos lados que iluminan la escena, una falta de encuentro de miradas entre quienes actúan que pone en tensión la coexistencia de los momentos.
(...)
Juego de fantasmas, alguien se encierra en el baño y lava algo latoso, metálico, eso suena. Arriba de los espectadores, luego de subir la escalera de caracol teclean una vieja máquina de escribir, se ríen.
Unas sombras que pasan y no dejan de pasar, puertas que se abren y se cierran, unas manos temblorosas llevan una bandeja de té que resuena por todo el espacio, cuerpos que se deslizan como niños asustados, la pregunta se repite, los perros ladran.
Ágrafos extrema la desmarcación corporal de CCC, los cuerpos se pierden en una androginia de lo monstruoso. Atados a esa repetición de sucesos se entremezclan, se camuflan. ¿Quién porta al fantasma de vestido ahora? ¿Quién se asusta ? ¿Quién perturba?
La puesta total de esta obra es una apuesta a lo liminal: el sonido por sobre la visión, lo sensorial por sobre lo textual, la indefinición de los gestos por sobre la clausura del personaje, lo oculto por sobre lo visto, el fuera de cuadro por sobre el cuadro. 
(...)"

Fotografía de CCC por Columpio Fotografía
Fotografía de Ágrafos por KUNIC
Fragmentos de un artículo inédito, pronto a publicarse en la KARPA N9

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