“Y
si los gusanos e insectos todo el día corren y vuelan buscando comida,
nosotros, sin un momento de descanso, sin cesar,
estamos en busca de forma y de
expresión,
batallamos con otros hombres por el estilo, por el modo de ser nuestro y,
viajando en un
tranvía, comiendo, divirtiéndonos o descansando o haciendo negocios,
siempre y
sin cesar buscamos la forma y nos deleitamos con ella,
o sufrimos por ella, o
nos adaptamos a ella,
la rompemos y violamos, o nos dejamos violar por ella,
amén.”
Ferdydurke Witold Gombrowicz
En las obras de
Carolina Donnantuoni; actriz, docente, dramaturga y directora platense; lo
liminal destella desde varios sitios a la vez. El centro siempre está corrido
de lugar, varias sombras se disputan el trayecto de la trama.
Los cuerpos se embarcan
en una aventura rítmica donde las fronteras del Yo con su carga de suposiciones
(edad, sexo, género, orientación sexual) quedan barridas por la fuerza de deseo
que los disputan en un movimiento febril, laborioso, desbordado.
A partir de dos obras
suyas, Canción cantada coda y Ágrafos, intentaré acorralar algunas
imágenes para intentar lo imposible: transcribir desde una impresión teatral
una impresión literaria.
CANCIÓN CANTADA CODA
“(...) no probó bocado y no podía
consolarse;
algo le murmuraba y canturreaba,
algo se le nostalgiaba, algo anhelaba y ansiaba,
algo sumergía en la neblina, con no
sé sabe que peleaba, gruñía,
no se sabía qué leyes desarrollaba (...)”
Ferdydurke Witold
Gombrowicz
“¡Silla!
¡Silla! ¡Silla!”
Constanza en Canción Cantada Coda
En una entrevista,
Carolina dice que se siente más cómoda con la posición de artesana que con la
posición de artista, compara el trabajo de entrenamiento y ensayos con el
taller del artista plástico: un barroquismo de materiales que se ponen en
circulación para luego cortar, pulir, definir.
En el caso de Canción cantada coda, creación colectiva
con Ayelén Dias Correia y Constanza Mosetti, se trata del rearmado de una obra
que habían hecho previamente, titulada Canción cantada.
A partir de lo que las
actrices y la directora recuerdan de la obra, de lo que lxs amigxs que la
vieron recuerdan y desean que persista, se reensambla esta ”coda”.
Desde el primer momento
en que uno ingresa a la sala, la obra ya corre en un vértigo irrefrenable: un
tango que arrastra al presente hacia un pasado remoto y febril suena y no deja
de sonar, Constanza va de un lado para el otro golpeando unas lámparas
cenitales que en su recorrido torpe iluminan distintos fragmentos del espacio y
Ayelén dice y dice y dice un mismo texto sobre un encuentro pasado, al lado de
una silla que tensa su cuerpo. Se sienta, se arroja desde la silla al suelo y
cae de un modo intraducible, se levanta y vuelve a comenzar.
Las dos actrices visten
ropas de entrecama, de lencería tanguera, con portaligas blancas y zapatos
negros. Son dos actrices enormes, majestuosas, fuertes. Dos mujeres aguerridas
de deseo que en su propia corporalidad cargan con una disidencia del discurso
hegemónico de los cuerpos “bellos” en el teatro y la danza.
Entre estas dos mujeres
se dirime la obra. Una obra que en lugar de seguir un recorrido lineal y
progresivo no deja de tropezar sobre lo dicho, no deja de curiosear sobre lo
hecho. Un bumerán constante donde el deseo tensa y devuelve al cuerpo al
pasado, a repetir el pasado como en una maldición griega.
En un naufragio rojo,
de desencuentros y encuentros, estos cuerpos se apropian del espacio todo, se
extreman, se fatigan. Y vuelven y vuelven y vuelven, aunque algo se mueve
distinto, lo que estaba en el principio de pronto está en el medio. La caída que
parecía ser la misma es otra, el texto resuena por otro lado y abre una luz
distinta.
En este refriegue
insistente sobre lo mismo lo mismo lo mismo la palabra se va disolviendo, se va
descascarando, quedando burda. Y los cuerpos que de a momentos parecieran pesados, demasiado carnales, simultáneamente se elevan en el movimiento y la quietud con una
gracia infantil.
Palabra y tiempo son corroídos en la insistencia de
lo vivo, de lo que no permanece impávido, de los cuerpos presentes en la escena
restregando un mismo texto y una misma serie de acciones como a una bombacha
manchada.
Esos cuerpos que
desacomodan constantemente los lugares gestuales de lo “femenino” y lo
“masculino”, en su exceso constante, son disidencia. Algo en su pulso febril nos
devuelve esa idea de Artaud de que en el teatro se conoce la potencia de lo
vivo, la potencia de la “verdadera vida” rimbaudiana. Y en ese
exceso se desmarcan de lo predecible y por ende de la categoría, de la
etiqueta.
(...)
ÁGRAFOS
“porque ya sucedió,
y por lo tanto continuará
sucediendo,
aunque se olvide.”
Y todavía la rueda Olga Orozco
“Esto no se termina más. Cuando una
puerta se cierra se abre la otra.”
Ágrafos
Ágrafos
es una obra bifaz, tiene lado A y lado B, y aunque ambos lados tienen puntos de
encuentro son independientes entre sí.
En estas puestas lo que
rige es una lógica de caja musical descompuesta. La obra utiliza un espacio
atípico, en lugar de usar el escenario, la sala, usa el espacio previo: dos
escaleras, una puerta al fondo, una pared divisoria, un baño, una pendiente. En
este lugar despojado, asimétrico, los personajes surgen como figurines de una
postal diabólica.
La escasa capacidad del
espacio obliga a que los espectadores seamos pocos y quedamos muy
expuestos, igualados casi a la presencia actoral. Hay momentos de mucha
cercanía con los figurines, cercanía que despierta el susto o su sustituto
social, la risa.
Así como el tango Danzarín iba y volvía en CCC, en A hay una canción que suena triturada, oxidada, (Loving you de Minnie Riperton) y un
relato trizado como un espejo destrozado a golpes en donde se cruzan una
abuela, un bosque y una pregunta que
insiste: “¿Le diste de comer a los
perros?”
Los cuerpos son tres,
dos actrices y un actor. Pero lo que corre encima de estos cuerpos, los que
ellos portan, pareciera de a momentos ser una misma presencia.
Hay un vestido viejo
que va apareciendo en distintos cuerpos, una serie de velas colocadas por todos lados que iluminan la escena, una falta de encuentro de
miradas entre quienes actúan que pone en tensión la coexistencia de los
momentos.
(...)
Juego de fantasmas,
alguien se encierra en el baño y lava algo latoso, metálico, eso suena. Arriba
de los espectadores, luego de subir la escalera de caracol teclean una vieja
máquina de escribir, se ríen.
Unas sombras que pasan
y no dejan de pasar, puertas que se abren y se cierran, unas manos temblorosas
llevan una bandeja de té que resuena por todo el espacio, cuerpos que se
deslizan como niños asustados, la pregunta se repite, los perros ladran.
Ágrafos
extrema la desmarcación corporal de CCC, los cuerpos se pierden en una
androginia de lo monstruoso. Atados a esa repetición de sucesos se
entremezclan, se camuflan. ¿Quién porta al fantasma de vestido ahora? ¿Quién se
asusta ? ¿Quién perturba?
La puesta total de esta
obra es una apuesta a lo liminal: el sonido por sobre la visión, lo sensorial
por sobre lo textual, la indefinición de los gestos por sobre la clausura del
personaje, lo oculto por sobre lo visto, el fuera de cuadro por sobre el
cuadro.
(...)"
Fotografía de CCC por Columpio Fotografía
Fotografía de Ágrafos por KUNIC
Fragmentos de un artículo inédito, pronto a publicarse en la KARPA N9
Fotografía de Ágrafos por KUNIC
Fragmentos de un artículo inédito, pronto a publicarse en la KARPA N9
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