sábado, 11 de febrero de 2017

MUCHO RUIDO, POCAS NUECES



“Bien, no jures.
Aunque eres mi alegría, no me alegra el pacto de esta noche;
es demasiado brusco, demasiado temerario, demasiado repentino,
demasiado semejante al relámpago
que se extingue antes que podamos decir:
“¡El relámpago!”
Julieta en “La tragedia de Romeo y Julieta”, William Shakespeare

La película pedía ser vista en sala, nuevo estreno de Almodóvar, con un título bien escueto, sólo un nombre de mujer, un nombre histórico, Julieta.
Llego con expectativas aunque con una disyuntiva interna: por un lado, dos grandes amigues me la habían ensalzado y por el otro tenía presente la experiencia de haber visto el tráiler que era definitivamente pobretón.
Primer momento. Ni bien se van las luces aparece el logo de Universal, “otro tráiler yanqui” pensé, pero no, detrás dos productoras más y luego El Deseo para confirmar la sospecha. La nueva peli de Almodóvar ha bebido de varias fuentes, inclusive la de Movistar.
Es claro que no nos vamos a andar con guantes en cuanto al financiamiento, mientras sea para poder armar su propia poesía bienvenidos los financistas. Pero al parecer algo de la estética Universal caló en el film español.
Primer plano. A la altura de las circunstancias. Un filón almodovariano brutal: una boca-concha roja formada por los pliegues de una tela que apenas se mueve y música. Tiempo. Los créditos sobre esa imagen casi abstracta.
Y luego acción, aparentemente una mujer, que guarda una estatuilla viril. Además del goce plástico hay algo realmente tentador en ese comienzo, una pausa extensa de inacción artificiosa y una acción claramente dirigida a posteriori. Esa torcedura del realismo marca un rumbo que aunque tiene fulgores no termina de instaurarse a lo largo del film.
Después de estas imágenes entramos en la acción concreta y en el diálogo, el arma de filo almodovariana por excelencia, pero algo falla. O más bien todo falla. Grandinetti en su peor actuación, una puesta de cámara que no se decide a mostrar algo puntual y termina por no mostrar nada y un diálogo que no termina de constituirse por la velocidad del ataque informativo que demanda. El color de los modos de hablar, los detalles, queda evidenciado de un modo poco feliz y termina por marcar más superficialidad que tono. Lo único que sostiene esta secuencia, y hay que reconocer la extraordinaria labor, es la actuación resistente de Emma Suárez.
Esta parte será la contracara del primer plano, destruyendo la condensación poética lograda en ese momento y es la síntesis de lo que sucederá a lo largo de toda la película. Julieta es la lucha entre dos films:
Por un lado una película heredera de este primer plano que contiene básicamente dos elementos: momentos poéticos brillantes y tensiones del verosímil realista.
En cuanto a los momentos poéticos, con dos amigos con quienes vimos la película, concluimos en que todos juntos hacen un cortometraje extraordinario de dos minutos, que vale bastante más que el film completo.
Estos momentos son muy identificables, baste señalar algunos: el tren visto desde abajo avanzando sobre los espectadores, el primer encuentro sexual entre la protagonista y su enamorado dado por el reflejo de la ventanilla con el paisaje corriendo, el brutal primer plano del personaje de Rossy de Palma vuelta una bruja repentina mirando fijamente a Julieta, una nube tormentosa comiéndose el cielo, cenizas ensuciando por un momento al mar cristalino que golpea contra las piedras, la secuencia de transformación en que las actrices se enrocan, etc.
Por otro lado las tensiones del verosímil se perciben bien claras: un ciervo 3d (o un alce, no recuerdo) corriendo demente en la oscuridad en un ralentí, un ramazo bruto contra la ventanilla del tren, una frenada del tren que hace caer una valija sobre la cabeza de unas señoras, la escena marcada con el personaje de Rossy de Palma y algún otro momento que se me escapa.
Estos dos procedimientos, que se complementan, beben mucho de la filmografía de Almodóvar, pero de un modo renovado. Son los momentos en que la película respira y se mueve, en que se aviva.
Pero lamentablemente hay otro montón de minutos en donde el director intentó redoblar la apuesta de películas anteriores como Todo sobre mi madre o Los abrazos rotos, y ser un gran novelista del cine narrando muchos tiempos cruzados y desarrollando un dramón que él mismo en entrevistas señala como “austero”, y que no logra la profundidad como Bergman ni la precisión como Haneke, sino más bien aletargar una historia que termina volviéndose un folletín sobreexpuesto. Y que, por si fuera poco, peca con momentos francamente gringófilos como los segmentos de la cancha de básquet en donde la protagonista rememora a su hija, construyendo un clisé del “enloquecido por la ausencia” que termina de pinchar al relato.
Es innegable que criticar a un director como Almodóvar es un atrevimiento, sobre todo si uno es un admirador de su obra como quien escribe, pero lo cierto es que el gran autor español ha salido mucho más airoso en su comedia aérea (Los Amantes Pasajeros) o en su film de cámara (La piel que habito, que si bien no fue de mi gusto sí armaba en una dirección precisa) que de esta película extraña que no termina de revisitar su propio lenguaje ni de extremar uno distinto.

Quizás sea una película bisagra y entonces cabe esperar una próxima más definida, más cargada, pero lo que no se le perdona al maestro es el apagón de energías. Apagón que no termina de contagiar un realismo vivido ni permite aflorar el melodrama inagotable que mana a borbotones de su cabeza.

Texto publicado originalmente en La cueva de chauvet

No hay comentarios:

Publicar un comentario