“Bien, no jures.
Aunque eres mi alegría, no me alegra el pacto de
esta noche;
es demasiado brusco, demasiado temerario, demasiado
repentino,
demasiado semejante al relámpago
que se extingue antes que podamos decir:
“¡El relámpago!”
Julieta
en “La tragedia de Romeo y Julieta”, William Shakespeare
…
La película pedía ser vista en sala, nuevo estreno
de Almodóvar, con un título bien escueto, sólo un nombre de mujer, un nombre
histórico, Julieta.
Llego con expectativas aunque con una
disyuntiva interna: por un lado, dos grandes amigues me la habían ensalzado y
por el otro tenía presente la experiencia de haber visto el tráiler que era
definitivamente pobretón.
Primer momento. Ni bien se van las
luces aparece el logo de Universal, “otro tráiler yanqui” pensé, pero no, detrás
dos productoras más y luego El Deseo para confirmar la sospecha. La nueva peli
de Almodóvar ha bebido de varias fuentes, inclusive la de Movistar.
Es claro que no nos vamos a andar con
guantes en cuanto al financiamiento, mientras sea para poder armar su propia
poesía bienvenidos los financistas. Pero al parecer algo de la estética
Universal caló en el film español.
Primer plano. A la altura de las
circunstancias. Un filón almodovariano brutal: una boca-concha roja formada por
los pliegues de una tela que apenas se mueve y música. Tiempo. Los créditos
sobre esa imagen casi abstracta.
Y luego acción, aparentemente una
mujer, que guarda una estatuilla viril. Además del goce plástico hay algo
realmente tentador en ese comienzo, una pausa extensa de inacción artificiosa y
una acción claramente dirigida a posteriori. Esa torcedura del realismo marca
un rumbo que aunque tiene fulgores no termina de instaurarse a lo largo del
film.
Después de estas imágenes entramos en
la acción concreta y en el diálogo, el arma de filo almodovariana por
excelencia, pero algo falla. O más bien todo falla. Grandinetti en su peor
actuación, una puesta de cámara que no se decide a mostrar algo puntual y
termina por no mostrar nada y un diálogo que no termina de constituirse por la velocidad
del ataque informativo que demanda. El color de los modos de hablar, los
detalles, queda evidenciado de un modo poco feliz y termina por marcar más
superficialidad que tono. Lo único que sostiene esta secuencia, y hay que
reconocer la extraordinaria labor, es la actuación resistente de Emma Suárez.
Esta parte será la contracara del primer plano,
destruyendo la condensación poética lograda en ese momento y es la síntesis de
lo que sucederá a lo largo de toda la película. Julieta es
la lucha entre dos films:
Por un lado una película heredera de
este primer plano que contiene básicamente dos elementos: momentos poéticos
brillantes y tensiones del verosímil realista.
En cuanto a los momentos poéticos,
con dos amigos con quienes vimos la película, concluimos en que todos juntos
hacen un cortometraje extraordinario de dos minutos, que vale bastante más que
el film completo.
Estos momentos son muy
identificables, baste señalar algunos: el tren visto desde abajo avanzando
sobre los espectadores, el primer encuentro sexual entre la protagonista y su
enamorado dado por el reflejo de la ventanilla con el paisaje corriendo, el
brutal primer plano del personaje de Rossy de Palma vuelta una bruja repentina
mirando fijamente a Julieta, una nube tormentosa comiéndose el cielo, cenizas
ensuciando por un momento al mar cristalino que golpea contra las piedras, la
secuencia de transformación en que las actrices se enrocan, etc.
Por otro lado las tensiones del
verosímil se perciben bien claras: un ciervo 3d (o un alce, no recuerdo)
corriendo demente en la oscuridad en un ralentí, un ramazo bruto contra la
ventanilla del tren, una frenada del tren que hace caer una valija sobre la
cabeza de unas señoras, la escena marcada con el personaje de Rossy de Palma y
algún otro momento que se me escapa.
Estos dos procedimientos, que se
complementan, beben mucho de la filmografía de Almodóvar, pero de un
modo renovado. Son los momentos en que la película respira y se mueve, en que
se aviva.
Pero lamentablemente hay otro montón de minutos en
donde el director intentó redoblar la apuesta de películas anteriores como Todo sobre mi madre o Los
abrazos rotos, y ser un gran novelista del cine
narrando muchos tiempos cruzados y desarrollando un dramón que él mismo en
entrevistas señala como “austero”, y que no logra la profundidad como Bergman
ni la precisión como Haneke, sino más bien aletargar una historia que termina
volviéndose un folletín sobreexpuesto. Y que, por si fuera poco, peca con
momentos francamente gringófilos como los segmentos de la cancha de básquet en
donde la protagonista rememora a su hija, construyendo un clisé del
“enloquecido por la ausencia” que termina de pinchar al relato.
Es innegable que criticar a un director como
Almodóvar es un atrevimiento, sobre todo si uno es un admirador de su obra como
quien escribe, pero lo cierto es que el gran autor español ha salido mucho más
airoso en su comedia aérea (Los Amantes
Pasajeros) o en su film de cámara (La piel que habito, que si bien no fue de mi gusto sí armaba en una
dirección precisa) que de esta película extraña que no termina de revisitar su
propio lenguaje ni de extremar uno distinto.
Quizás sea una película bisagra y
entonces cabe esperar una próxima más definida, más cargada, pero lo que no se
le perdona al maestro es el apagón de energías. Apagón que no termina de
contagiar un realismo vivido ni permite aflorar el melodrama inagotable que
mana a borbotones de su cabeza.
Texto publicado originalmente en La cueva de chauvet
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