viernes, 10 de febrero de 2017

UNA CASA GRANDE Y SONÁMBULA



El sentido profundo de la cultura está en que ésta puebla de signos y símbolos el mundo. Y que este poblamiento es para lograr un domicilio en el mundo a los efectos de no estar demasiado desnudo y desvalido en él.
Geocultura del hombre americano, Rodolfo Kusch
(…) no es suficiente conocer la doctrina; lo fundamental es sentirla y lo más importante es amarla. Es decir, no solamente tener el conocimiento. Tampoco es suficiente tener el sentimiento, sino que es menester tener una mística, que es la verdadera fuerza motriz que impulsa a la realización y al sacrificio para esa realización. (…)
Fragmento de un discurso de Juan Domingo Perón
Si tengo que señalar un posible problema de la escena audiovisual local marcaría en primer lugar la expectación. Si tengo que pensar una idea desde la cual poder potenciar esta instancia para abarcar un público más amplio, o para fortalecer los espectadores intermitentes de la ciudad, pensaría en una falta: una falta de mística.
Y si tengo que señalar un referente de construcción de mística, éste se puede encontrar en la escena musical platense.
Es cierto que las circunstancias históricas de la música confluyeron en que, a partir de los ochenta, el rock argentino abriera camino y tendiera puentes que aún sostienen: una historiografía viva en las bandas actuales, una tradición de lo musical alternativo platense. Esta particularidad no se comporta del mismo modo en lo que respecta al audiovisual, donde hay grandes vacíos y poca noción de las producciones locales. Hay una falta de conocimiento de la tradición.
Pero además de ese piso desigual, creo que hace falta poner el ojo en el modo en que la escena musical platense se edita y reedita a sí misma; con una potencia constante  que, si bien no es inmensamente popular, si es habitada y fundamentalmente querida, fundamentalmente idealizada, fundamentalmente cargada de deseos, de atributos de identidad.
En esas cargas del “habitar” se disputa el desafío. No tanto en la conquista de la mayoría, porque el primer paso -como reza una radio ecuatoriana-  es “la exclusividad para la inmensa minoría”. ¿De qué se trata esa exclusividad? ¿De qué se trata ese plus?
Justamente de un ideario en torno a las producciones, de una idea mayor, aglutinadora; y que no es tanto una idea racional sino más bien una ensoñación borrosa: como un “gustito a”, una ficción armada alrededor de una escena, una sacralización.
Sostengo que la escena audiovisual adolece de falta de mística. Y, siguiendo la referencia de la escena musical platense, creo que eso es entre otras cosas porque no hay un Puravida de lo audiovisual. No hay un sitio sacralizado que sea punto de encuentro y bandera, que flote en el imaginario de la ciudad. La facultad no lo es ni pretende serlo. El “ciclo freak” lo fue en algún punto pero sin poder cruzar ciertas barreras, a mi entender por la gran diseminación de actividades que atraviesan la ciudad y le son características. Micromovidas que desarrollan, cada una de espaldas a la otra, eventos símiles e inconexos entre sí.
Esta problemática podría saldarse con un templo audiovisual, con un lugar sacralizado que conecte las diversas movidas. Que, sin abandonar sus lugares autónomos, puedan participar de este eje que aglutine las actividades audiovisuales de la ciudad.
Veo una casa. Una casona grande de varias piezas, en donde funcione un cineclub que proyecte películas a diario. Distintas salas con programación constante, funciones especiales nocturnas y maratones. Un pequeño bar central para los sonámbulos que salen de alguna proyección y quieren compartir impresiones, tomar un café o una cerveza negra.
Además actividades especiales, largos conversatorios con realizadores y disputas sobre ética y estética, seminarios intensivos, ciclos curados por fanáticos, películas distantes épocalmente cruzadas bajo un tópico común que abre significación sobre vinculaciones no pensadas.
Un casa grande y sonámbula, repleta de cinéfilos (o más bien, audiovisualefilos) con afán de habitarla, de pasar jornadas y veladas en sus pantallas, de cruzarse impetuosamente de sala en sala para montar un collage de experiencias. Un centro de difusión de las producciones locales, programadas por críticos locales, que tengan así su propio círculo de difusión hacia dentro de la ciudad.
Y con particularidades, con pequeños ritos: la mística audiovisual platense es una mística a inventar.
En mi ensoñación tiene esta forma: una casona grande al modo de la casa de lecturas de “El examén” de Cortázar, donde el cine siga siendo un virus expansivo y constante que cohabite con otros modos de producción audiovisual. Es menester repensar el momento de la proyección, poblarlo de debate y de algún “plus” irremplazable, como lo tienen las bandas en vivo. Sea esto dado por las películas programadas, por las actividades conjuntas o por experimentaciones con la misma proyección, entre algunas ideas posibles.
Si bien es impensable la realización de esta o cualquier otra fantasía aledaña sin dinero, sin un ente financista (y, a falta de mecenas locos por el audiovisual, ese rol debería ocuparlo el estado, que por el momento está más ocupado en replegarse que en disponer su responsabilidad para con la cultura), creo que es tiempo de superar cierta diseminación de las pequeñas diferencias. No caer en una trosqueada audiovisual que, aunque tiene muchos atractivos para la épica personal de la supervivencia en una microcolectividad, poco puede mellar en una transformación sistemática. Una transformación que no solo potencie las posibilidades del presente sino que tienda hacia el futuro un horizonte mas habitable para los realizadores radicados en La Plata.  Un futuro más poblado, más vivo y con sus propios atributos sagrados.
Con casona o sin casona, hay que fundar una mística para los sonámbulos.
Por Agustín Lostra. Ilustración por Martín Salina.
Publicada en “Pulsión N°3: Estéticas de la urgencia”

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