martes, 17 de marzo de 2020


LA SONÁMBULA QUE ARDE
KANTOR / ARBUS

¡No es grato morir, señor, si en la vida nada se deja y si en la muerte nada es posible,
sino sobre lo que se deja en la vida!
¡No es grato morir, señor, si en la vida nada se deja y si en la muerte nada es posible,
sino sobre lo que se deja en la vida!
¡No es grato morir, señor, si en la vida nada se deja y si en la muerte nada es posible,
sino sobre lo que pudo dejarse en la vida!
César Vallejo, LAS VENTANAS SE HAN ESTREMECIDO…

La novia muerta de Wielopole Wielopole de Tadeusz Kantor y la tragaespadas albina de Diane Arbus. Dos figuras que cuando actúo relampaguean en mí con una fuerza indomable.
Un mismo gesto de entrega, de ofrendar el cuerpo.
El rostro hacia atrás, los brazos expandidos como alcanzando algo o saludando (refucilos de Evita, de Juana de Arco). El pecho abierto, amplio, los hombros atrás como si estuvieran estaqueados contra la tierra dura.
Dos cuerpos atravesados por un rayo, perdidos del devenir del tiempo por una herida abierta, ardiente.
Una lleva la espada en la boca, la otra en el pecho, en el corazón, cruzándole el esternón. Las dos son llevadas. Una por el sable, por su filo penetrándole la garganta, la otra por su hombre de la que va colgada como una horca inútil.
Un estado de rapto, de desborde de la voluntad, de éxtasis de pena.
Los ojos de la novia muerta están en otra parte, arrebatados por un viento del recuerdo. Los pechos de la tragaespadas están plenos, erguidos guerreros contra la blusa blanca.
Ambas cargan un halo sonámbulo, un medio tiempo entre la autómata y la bruja.
La que trae otro mundo y lo vuelve presente en su letargo de despedida.
Porque de algún modo las dos dicen “adiós”.


Texto publicado originalmente en la revista El ojo y la navaja N4, 2020


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