LA SONÁMBULA QUE ARDE
KANTOR / ARBUS
¡No es grato morir, señor, si en la vida
nada se deja y si en la muerte nada es posible,
sino sobre lo que se deja en la vida!
¡No es grato morir, señor, si en la vida
nada se deja y si en la muerte nada es posible,
sino sobre lo que se deja en la vida!
¡No es grato morir, señor, si en la vida
nada se deja y si en la muerte nada es posible,
sino sobre lo que pudo dejarse en la vida!
César Vallejo, LAS VENTANAS
SE HAN ESTREMECIDO…
La novia muerta de Wielopole
Wielopole de Tadeusz Kantor y la tragaespadas albina de Diane Arbus. Dos
figuras que cuando actúo relampaguean en mí con una fuerza indomable.
Un mismo gesto de entrega, de ofrendar el cuerpo.
El rostro hacia atrás, los brazos expandidos como alcanzando
algo o saludando (refucilos de Evita, de Juana de Arco). El pecho abierto,
amplio, los hombros atrás como si estuvieran estaqueados contra la tierra dura.
Dos cuerpos atravesados por un rayo, perdidos del devenir
del tiempo por una herida abierta, ardiente.
Una lleva la espada en la boca, la otra en el pecho, en el
corazón, cruzándole el esternón. Las dos son llevadas. Una por el sable, por su
filo penetrándole la garganta, la otra por su hombre de la que va colgada como
una horca inútil.
Un estado de rapto, de desborde de la voluntad, de éxtasis
de pena.
Los ojos de la novia muerta están en otra parte, arrebatados
por un viento del recuerdo. Los pechos de la tragaespadas están plenos,
erguidos guerreros contra la blusa blanca.
Ambas cargan un halo sonámbulo, un medio tiempo entre la
autómata y la bruja.
La que trae otro mundo y lo vuelve presente en su letargo de
despedida.
Porque de algún modo las dos dicen “adiós”.
Texto publicado originalmente en la revista El ojo y la navaja N4, 2020
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