ESPIONAJE DEL FOGONEO
La Hermandad: un retrato de la iniciación masculina
“Entonces pensé en lo bella que es la amistad,
y las comitivas de
jóvenes veinteañeros
que ríen con sus masculinas voces inocentes,
y no les importa el mundo
alrededor de ellos,
continuando con sus vidas, llenando las noches con sus
gritos”
Pier Paolo Pasolini, carta recopilada en Pasiones Heréticas
“Las iniciaciones masculinas en las más diversas sociedades,
muestran esa necesidad de titulación mediante desafíos y pruebas
que incluyen la
anti-socialidad, la crueldad de alguna forma y el riesgo.”
Rita Segato, Contra-pedagogías de
la crueldad
“-Qué se siente ser parte de Gymansium?
-Es lo mejor que me pudo haber pasado.”
Conversación en La Hermandad
LA JUGADA
La Hermandad de Martín Falci es una película
jugada: se posiciona entre las pieles de un vasto grupo de estudiantes del
colegio secundario Gymansium en el último campamento de su camada
exclusivamente “de hombres”.
Muchachos
menores de edad o de rozados dieciocho años que se van de aventura, lejos de la
ciudad, para darle cauce a su rito anual. La despedida de los egresados y la
iniciación de los novatos.
La
mirada de espionaje se traza con una picardía no exenta de crítica sobre los
cuerpos que atraviesa, con una ambivalencia y una ambigüedad notables que se
sostienen durante casi todo el largometraje (la música le juega una mala pasada
hacia el final enalteciendo y dándole un plus heroico a situaciones que se
bastan solas). El documental entrega un retrato inusitado de la iniciación en
el mundo de la masculinidad y del lazo entre hombres, con su crueldad y su
ternura.
En
un momento de auge del feminismo, con los encuentros de mujeres e identidades
no binarias en crecida, y la circulación de pensadoras que ofrecen retóricas
para la deconstrucción y destrucción del patriarcado; Martín Falci nos propone
detenernos en una experiencia fundacional entre hombres, en sus vaivenes.
ROTO EDÉN
“Y dijo Dios: He aquí el hombre es como uno de
nosotros,
sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano,
y tome también del árbol de la
vida, y coma, y viva para siempre.”
La Biblia, Génesis 3:22
“El niño se expresa y vive
mediante el cuerpo.
Cuerpo, superficie de abarcamientos y conjunciones,
cuya presencia entre los hombres es, al igual que el objeto estético,
reorganización del campo perceptivo. Y perturbador también,
porque invita a la supresión de la distancia entre los cuerpos.
Los niños no observan, no dialogan, o no esencialmente:
agarran, tocan, se suben, recorren.”
René Schérer y Guy Hocquenghem, Albúm
sistemático de la infancia
Si bien la película no traza una iniciación tajante de los niños en el mundo sexual, si despliega una socialización de algunos de
sus descubrimientos y sus insinuaciones, a partir de las conversaciones entre
los chicos, de juegos y risas, y de las vergüenzas.
La
excitación al cantar fiesta fiesta pluma
pluma gay, y las letras de los freestyles
son dos momentos explícitos de estas tensiones que durante todo el
largometraje están apiñadas en los cuerpos: en sus movimientos, en sus
retenciones. El cuerpo niño, no reducido a la genitalidad, que goza desde su
totalidad, desmarcado de un sentido unívoco, de una transacción, a lo bestia.
El
punto de partida del viaje al bosque como pasaje de crecimiento personal y como
demostración de fuerza grupal, muy en la línea de los boyscouts, nos sitúa en un fuera
de la escuela donde de todas maneras el remanente constante es ese vinculo
logrado y malogrado en las horas compartidas de la institución.
Ya en
las primeras escenas con los cantos de arenga en el colectivo se construye ese
hogar móvil de pertenencia, el linaje escolar. Tan rápidamente asociable al
ejercito, al club y a la iglesia.
La
naturaleza no tiene su lugar de misterio, no hay una escucha de sus voces, queda
solapada por los misticismos propios de la falsa tribu : los juegos del zombi y
el zorro, la zapada del fogón, los discursos de los delegados, bañarse en el
arroyo.
Y la
presencia del muerto, Pavel, que trae aparejada a la experiencia vital del crecimiento
su contracara tácita, su cruz.
CARA Y CRUZ
“La masculinidad no se constituye sino sobre el trasfondo de la
homosexualidad,
o para ser más rigurosos, sobre fantasmas
que sólo podrían ser considerados por el yo como homosexuales.”
que sólo podrían ser considerados por el yo como homosexuales.”
Silvia Bleichmar, Paradojas de la
sexualidad masculina
“La pedagogía masculina y su mandato se transforman en pedagogía de la
crueldad,
funcional a la codicia expropiadora, porque la repetición de la escena
violenta
produce un efecto de normalización de un pasaje de crueldad y, con
esto,
promueven a la gente los bajos umbrales de empatía
indispensables para la empresa predadora”
Rita Segato, La guerra contra las
mujeres
La Hermandad ofrece diversos momentos
contradictorios entre sí, o que en todo caso ejercen fuerzas diferenciales
sobre los ánimos de la espectadora.
El
homoerotismo y la violencia inherentes a la iniciación masculina, a los juegos
cuerpo a cuerpo e incluso a los actos de humillación y “joda” como el casibeso
entre pares o el apriete corporal, no hacen más que evidenciar los tirantes que
configuran la construcción viril.
Silvia
Bleichmar desde la perspectiva psicoanalítica propone pensar la “paradoja”
masculina: una identidad que se configura en sí misma a partir del contacto
homoerótico con otro hombre que le transfiere la masculinidad. Se da en un
plano de introyección de lo masculino, y una validación, una legitimación por
la mirada de ese otro varón.
En
este sentido también es asociable la figura de la mafia con la que Rita Segato
compara el funcionamiento dentro del grupo de hombres. El comportamiento de élite
que valida el ingreso a la nómina a partir de una serie de pruebas construyendo
un cerco de secretismo, de complicidad entre los que pertenecen al clan. Esta
formulación de cofradía ya está presente en el título que nos trae al oído la
tensión que sostiene: la hermandad como horizonte socialista de construcción de
iguales, como valor; y la hermandad como logia, como élite recluida.
La
película atraviesa estas vicisitudes, estos campos de tensión y este fogoneo
del crecimiento masculino, con una pureza y una franqueza que incomodarán a más
de unx, por el desbordante goce de los cuerpos.
A los
juegos militares de castigo y recompensa que llevan a lugares obscenos a los
chicos y los ponen en competencia y
denigración mutua, cebados por increpaciones y festejos de los más grandes, se
le contraponen los sentidos abrazos del final, entre lágrimas y consejos. Esos abrazos, ensalzando la pertenencia al
colegio como a una familia, dejan traslucir la vulnerabilidad. Se habla del
amor, se sueltan los te quiero mucho.
Un
abrazo corazón a corazón entre niño y hombre; el mayor dándole el lugar que
queda vacío, el paso de mando, a los novatos.
Si
bien lo que se sostiene como pequeña patria es un colegio, es muy fácil la
analogía con la nación y la idea patriótica de hermandad entre el grupo de varones
que sostienen el honor, con izada de bandera y organización jerárquica de por
medio.
Me
corro aquí de azuzar una crítica que con justeza puede hacerse a todo ese
entramado patriarcal, creo que está evidenciada por el ojo que filma y no es
difícil de conjeturar luego del visionado. Me parece más polémico y destacable
el modo en que esa construcción no está exenta de amor, de goce tierno y de
lágrimas; muestra de que en el empaquetado de la masculinidad también entra el
juego, el encuentro con los pares y el disfrute animal de las pieles.
Un
refriegue de la pregunta incesante, acuciante hoy día con mayor fuerza que
nunca: ¿Qué es ser un hombre?
Quizás
también haya en La Hermandad una
posibilidad de separar paja y trigo, de sopesar la herencia y quedarse con lo
valioso, con lo que arde cuerpo a cuerpo, con lo amoroso, con lo no dicho, con
lo prohibido.
-La Plata, agosto de 2019-
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